Richard Moore, la sensación del Campeonato de Clubes Campeones en Esquel

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El aire frío de la Cordillera cubría Esquel aquella noche de 1980, pero dentro del gimnasio municipal, el calor era otro. Una multitud expectante llenaba las gradas, ansiosa por presenciar lo que prometía ser un torneo inolvidable.

La ciudad se vestía de gala para el Campeonato Clubes Campeones, un evento que reunía a los titanes del básquet regional: el campeón de la ABECH, Guillermo Brown; el poderoso Gimnasia y Esgrima de Comodoro Rivadavia, y el aguerrido Independiente, orgullo de la Asociación de la Cordillera.

Brown llegaba con la ilusión intacta y un nombre que empezaba a resonar en boca de todos: Richard Moore, el norteamericano que, con sus casi 2 metros de altura y su juego elegante, había revolucionado el ambiente del torneo. Sería la primera vez que los ojos de la región presenciarían el talento y la potencia de un jugador afroamericano, algo que en 1980 tenía el aura de lo desconocido y lo fascinante.

La inauguración del certamen, prevista con formalidades de rigor, fue sencillo, aunque emotivo. Pero las palabras se diluyeron rápidamente cuando el balón comenzó a picar. El debut fue entre Brown e Independiente, y desde el primer minuto quedó claro que Moore no era solo una promesa: era un fenómeno. Cada movimiento suyo, fluido y preciso, parecía una coreografía perfecta, una danza imposible que hacía vibrar el parquet. Con sus 21 puntos, lideró a Brown a un contundente 71-54 ante los locales. Gamboa, Vicentella y Abrany fueron sus socios en esta obra, mientras Independiente, aunque luchó con dignidad, no pudo hacer frente a la marea de talento que le pasó por encima.

Esquel se quedó sin aliento aquella primera noche, pero el destino tenía preparado algo aún más grande. El encuentro final enfrentó a Brown con Gimnasia y Esgrima de Comodoro, dos gigantes dispuestos a todo por lograr el título. Las gradas del gimnasio ya no podían albergar más almas; el eco de cada jugada se mezclaba con los gritos de los hinchas, creando una atmósfera electrizante.

El juego comenzó con dominio de Brown. Jerry Vicentella afinó su mano desde media distancia, mientras Eduardo Gamboa manejaba el ritmo del juego con precisión milimétrica. Moore, imponente, se elevaba en cada rebote, cada bandeja, cada acción, mientras Nelson Abrany cumplía su doble función: defensa férrea y aportes importantes en el marcador.

Pero como toda historia épica, la tragedia no se hizo esperar. Abrany, el bastión defensivo, alcanzó su quinta falta y tuvo que dejar la cancha. Brown perdía una pieza fundamental, y Gimnasia aprovechó la oportunidad. Bajo el liderazgo de José Luis Bolaños, la escuadra comodorense comenzó a remontar. Bolaños, con una clase inigualable, anotaba desde todas las posiciones, mientras Steppa y Pachano peleaban cada rebote como si sus vidas dependieran de ello. El partido se transformó en un duelo de titanes, donde cada segundo parecía eterno.

El drama alcanzó su clímax cuando, con solo 12 segundos en el reloj y Brown abajo por apenas un punto, César Araujo se encontró en la línea de tiros libres con la posibilidad de revertir la historia. El gimnasio contenía la respiración. Araujo falló los dos primeros tiros, y cuando un fallo técnico permitió que repitiera uno de ellos, la tensión fue insoportable. El tercer tiro tampoco entró. No era la derrota, pero sí el eco de lo que pudo haber sido.

El marcador final fue de 90 a 89 a favor de Gimnasia. La algarabía de los comodorenses se desbordó, mientras Brown miraba al vacío, con la sensación de haber estado tan cerca, tan cerca de rozar la gloria. Moore, aunque había anotado 26 puntos y había sido un espectáculo en sí mismo, no pudo evitar la derrota.

Aquella noche, el básquet patagónico vivió uno de sus momentos más sublimes. No solo fue un partido; fue una epopeya. Los relatos de Carlos Alberto Melano para LU 17 y Diario El Chubut capturaron la esencia de lo vivido, llevando a los hogares de toda la provincia la emoción desbordante de una final que quedaría en la memoria. El rostro serio de Alfredo Casado, técnico de Brown, reflejaba el sacrificio y el esfuerzo de un equipo que lo dejó todo en la cancha, pero al que el destino le negó el último laurel.

No fue el final deseado para Brown, pero su paso por Esquel, y sobre todo la magia de Richard Moore, quedarían para siempre en los anales de la historia del básquet de la región. Un equipo que perdió por un punto, pero que ganó el respeto y la admiración de todos los que estuvieron allí, en esa noche inmortal de 1980.

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